miércoles, diciembre 22, 2010

Cuento de Navidad

Por Ray Bradbury

El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana les obligaron a dejar el regalo porque pasaba unos pocos kilos del peso máximo permitido y el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando estos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.

—¿Qué haremos?

—¿Nada, qué podemos hacer?

— ¡Al niño le hacía tanta ilusión el árbol!

La sirena aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos. Pálido y silencioso.

— Ya se me ocurrirá algo —dijo el padre.

—¿Qué...? —preguntó el niño.

El cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los pasajeros durmieron durante el resto del primer "día". Cerca de medianoche, hora terráquea según sus relojes neyorquinos, el niño despertó y dijo:

—Quiero mirar por el ojo de buey.

—Todavía no --dijo el padre—. Más tarde.

— Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos.

—Espera un poco --dijo el padre.

El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba resultado, haría que el viaje sería feliz y maravilloso.

—Hijo mío —dijo—, dentro de medía hora será Navidad.

La madre lo miró consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.

—Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo?, ¿tendré un árbol? Me lo prometisteis.

—Sí, sí. todo eso y mucho más —dijo el padre.

—Pero... —empezó a decir la madre.

—Sí —dijo el padre—. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo pronto.

Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.

—Ya es casi la hora.

—¿Puedo tener un reloj? —preguntó el niño.

Le dieron el reloj, y el niño lo sostuvo entre los dedos: un resto del tiempo arrastrado por el fuego, el silencio y el momento insensible.

—¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?

—Ven, vamos a verlo —dijo el padre, y tomó al niño de la mano.

Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía.

—No entiendo.

—Ya lo entenderás —dijo el padre—. Hemos llegado.

Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces.

—Entra, hijo.

—Está oscuro.

—No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá.

Entraron en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. el niño se quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar.

—Feliz Navidad, hijo —dijo el padre.

Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.

jueves, diciembre 16, 2010

Orgullo y Prejuicio

por Jane Austen

Extracto en el día de su cumpletaños 175.Feliz cumpleaños Jane!!!!

CAPÍTULO I
Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran
fortuna, necesita una esposa.
Sin embargo, poco se sabe de los sentimientos u opiniones de un hombre de tales
condiciones cuando entra a formar parte de un vecindario. Esta verdad está tan arraigada en las mentes de algunas de las familias que lo rodean, que algunas le consideran de su legítima propiedad y otras de la de sus hijas.
––Mi querido señor Bennet ––le dijo un día su esposa––, ¿sabías que, por fin, se ha
alquilado Netherfield Park?
El señor Bennet respondió que no.
––Pues así es ––insistió ella––; la señora Long ha estado aquí hace un momento y me lo ha contado todo.
El señor Bennet no hizo ademán de contestar.
––¿No quieres saber quién lo ha alquilado? ––se impacientó su esposa.
––Eres tú la que quieres contármelo, y yo no tengo inconveniente en oírlo.
Esta sugerencia le fue suficiente.
––Pues sabrás, querido, que la señora Long dice que Netherfield ha sido alquilado por un joven muy rico del norte de Inglaterra; que vino el lunes en un landó de cuatro caballos para ver el lugar; y que se quedó tan encantado con él que inmediatamente llegó a un acuerdo con el señor Morris; que antes de San Miguel vendrá a ocuparlo; y que algunos de sus criados estarán en la casa a finales de la semana que viene.
––¿Cómo se llama?
––Bingley.
––¿Está casado o soltero?
––¡Oh!, soltero, querido, por supuesto. Un hombre soltero y de gran fortuna; cuatro o cinco
mil libras al año. ¡Qué buen partido para nuestras hijas!
––¿Y qué? ¿En qué puede afectarles?
––Mi querido señor Bennet ––contestó su esposa––, ¿cómo puedes ser tan ingenuo? Debes saber que estoy pensando en casarlo con una de ellas.
––¿Es ese el motivo que le ha traído?
––¡Motivo! Tonterías, ¿cómo puedes decir eso? Es muy posible que se enamore de una de ellas, y por eso debes ir a visitarlo tan pronto como llegue.
––No veo la razón para ello. Puedes ir tú con las muchachas o mandarlas a ellas solas, que tal vez sea mejor; como tú eres tan guapa como cualquiera de ellas, a lo mejor el señor Bingley te prefiere a ti.

––Querido, me adulas. Es verdad que en un tiempo no estuve nada mal, pero ahora no
puedo pretender ser nada fuera de lo común. Cuando una mujer tiene cinco hijas creciditas, debe dejar de pensar en su propia belleza.
––En tales casos, a la mayoría de las mujeres no les queda mucha belleza en qué pensar.
––Bueno, querido, de verdad, tienes que ir a visitar al señor Bingley en cuanto se instale en el vecindario.
––No te lo garantizo.
––Pero piensa en tus hijas. Date cuenta del partido que sería para una de ellas. Sir Willam y lady Lucas están decididos a ir, y sólo con ese propósito. Ya sabes que normalmente no visitan a los nuevos vecinos. De veras, debes ir, porque para nosotras será imposible visitarlo si tú no lo haces.
––Eres demasiado comedida. Estoy seguro de que el señor Bingley se alegrará mucho de
veros; y tú le llevarás unas líneas de mi parte para asegurarle que cuenta con mi más sincero consentimiento para que contraiga matrimonio con una de ellas; aunque pondré alguna palabra en favor de mi pequeña Lizzy.
––Me niego a que hagas tal cosa. Lizzy no es en nada mejor que las otras, no es ni la mitad de guapa que Jane, ni la mitad de alegre que Lydia. Pero tú siempre la prefieres a ella.
––Ninguna de las tres es muy recomendable ––le respondió––. Son tan tontas e ignorantes como las demás muchachas; pero Lizzy tiene algo más de agudeza que sus hermanas.
––¡Señor Bennet! ¿Cómo puedes hablar así de tus hijas? Te encanta disgustarme. No tienes compasión de mis pobres nervios.
––Te equivocas, querida. Les tengo mucho respeto a tus nervios. Son viejos amigos míos. Hace por lo menos veinte años que te oigo mencionarlos con mucha consideración.
––¡No sabes cuánto sufro!
––Pero te pondrás bien y vivirás para ver venir a este lugar a muchos jóvenes de esos de cuatro mil libras al año.
––No serviría de nada si viniesen esos veinte jóvenes y no fueras a visitarlos.
––Si depende de eso, querida, en cuanto estén aquí los veinte, los visitaré a todos.
El señor Bennet era una mezcla tan rara entre ocurrente, sarcástico, reservado y caprichoso, que la experiencia de veintitrés años no habían sido suficientes para que su esposa entendiese su carácter. Sin embargo, el de ella era menos difícil, era una mujer de poca inteligencia, más bien inculta y de temperamento desigual. Su meta en la vida era casar a sus hijas; su consuelo, la visitas y el cotilleo.

lunes, diciembre 06, 2010

Los secretos del corazón

Por Gibrán Khalil Gibrán

(extracto)

La majestuosa mansión se encontraba bajo las alas de la noche silente, como la Vida bajo la envoltura de la Muerte. En su interior, una doncella sentada ante un escritorio de marfil, reclinada su bella cabeza sobre suave mano, como una lila marchita sobre sus pétalos. Miraba, alrededor de sí y se sentía una miserable prisionera que lucha por atravesar los muros del calabozo para contemplar a la Vida, marchando en el cortejo de la Libertad.
Las horas pasaban como los espectros de la noche, como una procesión entonando el fúnebre canto de su pena, y la doncella se sentía segura derramando sus lágrimas en angustiosa soledad. Cuando no pudo resistir más su sufrimiento y se sintió en plena posesión de los secretos de su corazón, tomó la pluma y, mezclando lágrimas y tinta sobre el pergamino, escribió:

Amada hermana:

Cuando en el corazón se apiñan los secretos, y arden los ojos por las quemantes lágrimas, y las costillas parecen estallar con el creciente confinamiento del corazón, no se puede hallar otra expresión de ese laberinto salvo una oleada de liberación como ésta.
Las personas melancólicas gozan lamentándose, y los amantes hallan alivio y condolencia en sus sueños, y los oprimidos se deleitan cuando causan conmiseración. Te escribo porque me siento como un poeta que imagina la belleza de las cosas y compone en versos sus impresiones, presa de un poder divino... Soy como el niño del hambriento que llora por su alimento, haciendo caso omiso de la condición de su pobre y piadosa madre y de su fracaso en la vida.
Escucha mi dolorosa historia, querida hermana, y llora conmigo, pues sollozar es como una plegaria y las lágrimas de piedad son caridad porque surgen de un alma buena y sensible y no se derraman en vano. Fue la voluntad de mi padre que me casara con un hombre noble y rico. Mi padre era como la mayoría de los hombres ricos que, por temor a la pobreza, sólo gozan de la vida cuando pueden acrecentar su riqueza y agregar más oro a sus cofres, para ganar con su esplendor el favor de la nobleza, anticipándose así a los ataques de los días aciagos... Y ahora descubro que soy, con todo mi amor y mis sueños, una víctima sobre un altar de oro que odio, y dueña de un honor heredado que desprecio.
Respeto a mi esposo porque es amable y generoso con todos; trata de hacerme feliz y gasta su oro para complacer mi corazón, pero he descubierto que todas estas cosas no valen lo que un momento de verdadero y divino amor. No te burles de mí, hermana, pues ahora soy una persona muy instruida acerca de los anhelos del corazón de una mujer -ese palpitante corazón como un pájaro en el vasto cielo del amor-, como una copa vuelta a colmar con el vino de los tiempos, añejado para las almas sedientas... como un libro en cuyas páginas se leen capítulos de felicidad y desventura, regocijo y dolor, alegría y pesar. Nadie puede leer este libro, excepto el verdadero compañero que es la otra mitad de la mujer, y que ha sido creado para ella desde el principio del mundo.
Sí, me he convertido en la más sabia de las mujeres en lo que atañe al objeto del alma y el sentido del corazón, porque he descubierto que mis magníficos corceles y carruajes y relucientes cofres de oro y sublime nobleza no valen lo que una mirada de ese pobre joven que espera pacientemente, sufriendo los tormentos de la aflicción y la desventura... Ese joven oprimido por la cruel voluntad de mi padre, prisionero en la estrecha y melancólica celda de la Vida...
Por favor, querida mía, no urdas nada para consolarme, pues la calamidad por medio de la cual he descubierto el poder de mi amor es mi gran consuelo. Ahora miro hacia adelante a través de mis lágrimas, y espero la llegada de la Muerte, que me llevará donde pueda encontrarme con la otra mitad de mi alma, para abrazarlo como lo hacía antes de llegar a este extraño mundo.
No pienses mal de mí, porque cumplo con mi deber de esposa fiel y acato con paciencia y tranquilidad las leyes y reglas del hombre. Lo honro con mi mente, lo respeto con mi corazón y lo venero con mi alma. Pero Dios hizo que diera parte de mí a mi amado antes de conocer a mi esposo.
El cielo ha querido que pasara mi vida junto a un hombre que no me estaba destinado, y mis días se consumen en silencio de acuerdo con la voluntad divina, pero si no se abren las puertas de la Eternidad, continuaré con la bella mitad de mi alma y volveré la vista hacia el Pasado, y ese Pasado es este Presente... Miraré a la vida como la Primavera mira al Invierno, contemplaré a los obstáculos de la Vida como aquél que ha llegado a la cima de la montaña después de trepar por la senda más escarpada.

En ese momento, la doncella dejó de escribir y, ocultando el rostro en el hueco de sus manos, sollozó amargamente. Su corazón se negaba a confiar a la pluma sus más sagrados secretos, pero aceptaba derramar estériles lágrimas que se dispersaban rápidamente, confundiéndose con el éter, refugio de las almas de los amantes y del espíritu de las flores. Después de un momento retomó la pluma y añadió:
¿Recuerdas a ese joven? ¿Recuerdas los destellos que emanaban de sus ojos, y los signos de pesar en su rostro? ¿Recuerdas su risa, que hablaba de las lágrimas de una madre separada de su único hijo? ¿Puedes reconstruir su voz serena, como el eco de un distante valle? ¿Lo recuerdas cuando meditaba, escrutando nostálgica y plácidamente los objetos y hablando de ellos con extrañas palabras, para luego agachar la cabeza suspirando como si temiera revelar los grandiosos secretos de su corazón? ¿Recuerdas sus sueños y creencias? ¿Recuerdas todo esto de un joven a quien la humanidad contaba entre sus hijos, y a quien mi padre miraba con ojos de superioridad porque estaba por encima de la voracidad terrenal y era más noble que la grandeza heredada?
Debes saber, querida hermana, que soy una mártir de este mundo insignificante, y una víctima de la ignorancia. ¿Te condolerás de una hermana que se sienta en el silencio de la horrible noche para verter todo lo que su yo interior encierra, y revelarte los secretos de su corazón? Estoy segura que te condolerás de mí, porque sé que el Amor ha visitado tu corazón.

Llegó el alba, y la doncella se rindió al Sueño, esperando hallar sueños más dulces y placenteros que los que había hallado en la vigilia...

COMPATRIOTAS

¿Qué buscáis, Compatriotas?
¿Deseáis acaso que construya para
Vuestros gloriosos palacios, decorados
Con palabras vacías de sentido, o
Para vuestros templos techados con sueños?
¿O me ordenáis que destruya aquello
Que los mentirosos y tiranos han construido?
¿Debo desarraigar con mis manos
Aquello que los hipócritas y los malvados
Han implantado? ¡Decid cuál es vuestro insensato
Deseo!

¿Qué querríais que hiciera,
Compatriotas? Debo ronronear como
Un gatito para satisfaceros, o debo rugir
Como un león para complacerme? He
Cantado para vosotros, pero vosotros no habéis
Danzado; ante vosotros he llorado, pero
No habéis sollozado. ¿Debo acaso cantar
Y llorar al mismo tiempo?

Vuestras almas sufren los tormentos
Del hambre, y sin embargo el fruto del
Conocimiento es más feraz que
Las piedras de los valles.
Vuestros corazones se marchitan de
Sed, y sin embargo las fuentes de la
Vida manan junto a vuestros
Hogares. ¿Por qué no bebéis?

Tiene el mar sus flujos y reflujos,
La Luna, crecientes y menguantes
Fases, y las Épocas sus
Inviernos y veranos, y todas las
Cosas varían como la sombra
De un Dios futuro oscilando entre
La tierra y el sol, pero la Verdad no
Puede cambiarse, ni tampoco disiparse;
¿Por qué, entonces, intentáis
Desfigurar su semblante?

Os he llamado en el silencio
De la noche para mostraros la
Gloria de la luna y la dignidad
De las estrellas, pero habéis salido,
Sobresaltados, de vuestro letargo y cogiendo
Con temor vuestras espadas, habéis gritado:
"¿Dónde está el enemigo? ¡A él debemos matar
Primero!" Al alba, cuando
El enemigo llegó, os volví a llamar,
Pero no salisteis esta vez
De vuestro letargo, porque estabais
Encerrados en el miedo, luchando contra
Las procesiones de espectros de
Vuestros sueños.

Y os dije: "Trepemos a
La cima de la montaña y veamos la
Belleza del mundo." Y me
Respondisteis diciendo: "En las profundidades
De ese valle vivieron nuestros padres,
Y a su sombra vivieron, y en
Sus grutas fueron sepultados. ¿Cómo podríamos
Abandonar este lugar por otro
Que ellos no honraron?

Y os dije: "Vayamos a la
Llanura cuya magnificencia llega hasta
El mar." Y tímidamente me hablasteis,
Diciendo: "El rugido del abismo
Atemorizaría nuestros espíritus, y el
Terror a las profundidades consumiría
Nuestros cuerpos."

Os he amado, Compatriotas, pero
Mi amor por vosotros es doloroso para mí
E inútil para vosotros; y hoy os
Odio, y el odio es un diluvio
Que arrasa con las hojas secas
Y las temblequeantes casas.

He tenido lástima de vuestra debilidad,
Compatriotas, pero mi lástima sólo ha servido
Para aumentar vuestras flaquezas, exaltando
Y nutriendo la pereza, que
Es inútil a la Vida. Y veo hoy
Vuestra enfermedad, a la que mi alma aborrece
Y teme.

He llorado por vuestra humillación
Y sumisión; y aunque manaron mis lágrimas
Cristalinas, no pudieron encrespar
Las turbias aguas de vuestra debilidad;
Quitaron, sin embargo, el velo de mis ojos.
Mis lágrimas nunca han llegado a
Vuestros petrificados corazones, pero
Han disipado la oscuridad dentro de mí.
Me burlo hoy de vuestro sufrimiento
Pues la risa es como el airado trueno que
Precede a la tempestad, y que nunca ruge
Cuando la tempestad ha pasado.

¿Qué deseáis, Compatriotas?
¿Queréis que os muestre
El espectro de vuestro semblante sobre
El rostro de las quietas aguas? ¡Venid,
Ahora y ved cuán horrible sois!
¡Mirad y meditad! El miedo
Ha tornado vuestros cabellos grises como las
Cenizas, y la disipación ha marcado
Vuestros ojos convirtiéndolos en
Negros agujeros, y la cobardía
Ha tocado vuestras mejillas que parecen
Ahora tenebrosos despeñaderos del
Valle, y la Muerte ha besado
Vuestros labios, dejándolos amarillos
¿Qué buscáis, Compatriotas?
¿Qué pedís de la Vida a quien ya no os
Cuenta más entre sus hijos?

Vuestras almas se hielan en las
Garras de los sacerdotes y
Hechiceros, y tiemblan vuestros
Cuerpos ante las zarpas de los
Déspotas y los derramadores de
Sangre, y vuestro país se estremece
Bajo las botas en marcha del
Enemigo conquistador; ¿qué podéis, entonces,
Esperar, aunque estéis orgullosamente erguidos
Ante el rostro del sol? Vuestras espadas se
Herrumbran en sus vainas, y están rotas
Vuestras lanzas, y resquebrajados
Vuestros escudos; ¿por qué, entonces,
Permanecéis en el campo de batalla?

La hipocresía es vuestra religión, y la
Falsedad vuestra vida, y la
Nada vuestro fin; ¿por qué vivís,
Entonces? ¿No es acaso la
Muerte el único solaz
Para los miserables?

La vida es la determinación que
Acompaña a la juventud, y la diligencia
Que sucede a la madurez, y la
Sabiduría que persigue a la senilidad; pero
Vosotros, Compatriotas, habéis nacido viejos
Y débiles. Y se marchitó vuestra piel
Y se consumió vuestro cráneo, y luego os
Convertisteis en niños, que juegan
En el fango y se arrojan piedras
Unos a otros.

El conocimiento es una luz que enriquece
El calor de la vida, y todos los que la buscan
Pueden ser parte de ella; pero vosotros,
Compatriotas, perseguís la oscuridad
Y evitáis la luz, esperando que el agua
Mane de las rocas, y la
Miseria de vuestra nación es
Vuestro crimen... No perdono
Vuestros pecados, porque vosotros sabéis
Lo que hacéis.

La humanidad es un río brillante
Que canta en su cauce, llevando
Los secretos de la montaña hasta
El corazón del mar; pero vosotros,
Compatriotas, sois turbios
Pantanos infectados de insectos
Y serpientes.

El Espíritu es una sagrada antorcha
Azul, que quema y devora las
Plantas mustias, que crece en
La tormenta e ilumina
Los rostros de las diosa'!; pero
Vosotros, Compatriotas... vuestras almas
Son como cenizas que el viento
Dispersa en la nieve, y que
Las tempestades esparcen para siempre
Sobre los valles.

No temáis al fantasma de la Muerte,
Compatriotas, pues su grandeza
Y piedad se negarán a acercarse
A vuestra pequeñez; no os atemoricéis
Ante la Daga, porque rehusará
Alojarse en vuestros huecos corazones.
Os odio, Compatriotas, porque
Vosotros odiáis la gloria y la grandeza.
Os desprecio porque vosotros os despreciáis.
Soy vuestro enemigo, porque os negáis
A daros cuenta de que sois
Los enemigos de las diosas.