sábado, octubre 20, 2012

Último beso (parte II)

Por F. Scott Fitzgeral

II

Un productor de cine puede actuar sin inteligencia creativa pero no sin tacto. En aquel momento el tacto absorbía a Jim Leonard, con exclusión de todo lo demás. Quizá el poder debería haberle permitido pasar la diplomacia a un segundo plano, dejándole actuar a su aire, pero en lugar de eso aumentó sus relaciones humanas: con los altos cargos, con los directores, guionistas, actores y técnicos asignados a su unidad, con los jefes de departamento, censores y, por fin, con los «hombres del Este». Pero mantener a raya a una solitaria chica inglesa, que no disponía de otras armas que el teléfono y una nota que le hizo llegar desde recepción, no tendría que haber supuesto ningún problema.

Pasaba por el estudio y me he acordado de usted y de nuestro paseo en coche. He recibido algunas ofertas pero sigo dándole largas a Joe Becker. Si cambio de hotel, le avisaré.

Una ciudad llena de juventud y esperanza pronunciaba aquellas palabras, con sus dos mentiras transparentes y la valiente falsedad de su tono. A la chica no le importaban ni el dinero ni la gloria que protegían los muros inexpugnables. Pasaba por allí simplemente. Simplemente pasaba por allí.

Eso fue dos semanas después. A la semana siguiente, Joe Becker se dejó caer por su despa

cho. -¿Te acuerdas de la chica inglesa, Pamela Knighton? ¿Qué te pareció?

-Muy agradable.

-No sé por qué no quiere que hable contigo -Joe miraba por la ventana-. Así que me imagino que no la pasaron demasiado bien aquella noche.

-Claro que la pasamos bien.

-La chica tiene novio, ¿sabes?, un inglés.

-Me lo contó -dijo Jim, molesto-. No intenté ligármela, si es lo que estás insinuando.

-No te preocupes, yo entiendo esas cosas. Sólo quería decirte algo sobre ella.

-¿No le interesa a nadie?

-Sólo lleva un mes aquí. De los comienzos nadie se libra. Sólo quería decirte que cuando entró en el Veintiuno aquel día todos los clientes acudieron como… como moscas. ¿Sabes?, inmediatamente se convirtió en el tema de conversación de todo el restaurante.

-Fantástico, ¿no? -dijo Jim secamente.

-Sí. Y LaMarr también estaba allí ese día. Fíjate: Pam estaba completamente sola, imagino que vestida a la inglesa, nada que llamara la atención: pieles de conejo. Pero brillaba como un diamante.

-No me digas.

-Mujeres duras derramaban lágrimas en su vichysoisse. Elsa Maxwell…

-Joe, tengo que trabajar.

-¿Verás su prueba?

-Las pruebas se hacen para los maquilladores -dijo Jim, impaciente-. De las pruebas que salen bien no me fío. Y de las malas tampoco.

-Tú tienes tus ideas, ¿no?

-A ese respecto, sí. Se han cometido muchas equivocaciones en las salas de proyección.

-Y en los despachos también -dijo Joe poniéndose de pie.

Una semana después llegó otra nota.

Ayer llamé por teléfono y una secretaria me dijo que había salido, y otra que estaba reunido. Si me está dando largas, dígamelo. No voy a rejuvenecer. Es evidente que tengo veintiún años, y parece que usted se ha cargado a todos los viejos.

La cara de la chica se había difuminado. Jim recordaba las mejillas delicadas, los ojos atormentados, como si los hubiera visto en una película hacía mucho tiempo. Sería fácil dictar un carta que hablara de un cambio de planes, de una futura prueba, de imprevistos que harían imposible…

No se sentía satisfecho, pero por lo menos había terminado con aquel asunto. Aquella noche, mientras se tomaba un bocadillo en un bar cercano a su casa, le pareció que su primer mes en el trabajo había sido satisfactorio. Le sobraba tacto. Su equipo funcionaba como la seda. Las sombras que decidían su destino no tardarían en apreciarlo.

Había pocos clientes en el bar. Pamela Knighton era la chica que leía el periódico. Lo miró, sorprendida, por encima del Illustrated London News.

Recordando la carta que tenía en la mesa de su despacho a la espera de firma, Jim pensó hacer como que no la había visto. Dio media vuelta conteniendo la respiración, con el oído atento. Pero nada sucedió, aunque la chica lo había visto, y, avergonzado de su cobardía típica de Hollywood, de nuevo dio media vuelta y la saludó levantando el sombrero.

-Se acuesta tarde, ¿no? -dijo.

Pamela dejó de leer inmediatamente.

-Vivo a la vuelta de la esquina -dijo-. Acabo de mudarme: le he escrito hoy.

-Yo también vivo cerca de aquí.

Ella dejó la revista en el anaquel de los periódicos. El tacto de Jim desapareció. Se sintió repentinamente viejo y agobiado, e hizo la pregunta equivocada.

-¿Cómo van las cosas?

-Ah, muy bien -dijo-. Trabajo en una comedia, una auténtica comedia en el teatro Nuevos Valores de Pasadena. Para ir cogiendo experiencia.

-Me parece muy sensato.

-Estrenamos dentro de dos semanas. Esperaba que viniera.

Salieron juntos y se detuvieron bajo el resplandor del luminoso rojo. En la otra acera de la calle otoñal los vendedores de periódicos gritaban los resultados del fútbol.

-¿Hacia dónde va? -preguntó la chica.

«En dirección contraria a la tuya», pensó Jim, pero cuando ella le indicó hacia dónde iba, la acompañó. Hacía meses que no pisaba Sunset Boulevard, y la mención de Pasadena le recordó la primera vez que llegó a California, hacía diez años. Era el recuerdo de algo nuevo y fresco.

Pamela se detuvo ante unas casitas minúsculas en torno a un patio central.

-Buenas noches -dijo-. No se preocupe si no puede ayudarme. Joe me ha explicado cómo están las cosas, con la guerra y todo eso. Sé que a usted le gustaría ayudarme.

Jim asintió solemnemente, despreciándose a sí mismo.

-¿Está casado? -preguntó la chica.

-No.

-Entonces deme un beso de buenas noches -como Jim dudaba, añadió-: Me gusta que me den un beso de buenas noches. Duermo mejor.

La abrazó tímidamente y se inclinó para acercarse a sus labios, apenas rozándolos… y pensó de pronto que ya no podría mandarle la carta que tenía sobre la mesa… y le gustó abrazarla.

-Ya ve que no es nada -dijo ella-, sólo como amigos. Para darnos las buenas noches.

Camino de la esquina Jim dijo en voz alta:

-Bueno, me condenaré.

Y siguió repitiéndose la siniestra profecía hasta después de haberse acostado.

(continúa)

No hay comentarios.: